domingo, 11 de febrero de 2018

La Inmaculada Concepción, modelo para nuestra vida espiritual



         Cuando la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, en una de las apariciones, ante la pregunta de Santa Bernardita acerca de quién era Ella, la Virgen le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esto ya fue, en sí mismo, una prueba de que las apariciones eran reales y no fábulas de Santa Bernardita, porque siendo ella casi analfabeta, no tenía modo de saber ni siquiera que existían las palabras “Inmaculada Concepción”.
         Ahora bien, la Virgen, que es la Inmaculada Concepción, es nuestra Madre del cielo, lo cual quiere decir que, como hijos suyos, y como forma de honrarla y homenajearla, debemos buscar de imitarla. Podría parecernos algo imposible, puesto que Ella es Concebida sin pecado original y nosotros somos “nada más pecado”, además de ser la Virgen la Llena de gracia, mientras que nosotros estamos llenos solamente de pecado.
         ¿Cómo podemos imitar a la Virgen? Por medio de dos sacramentos, la Confesión y la Comunión. Por la Confesión, nuestras almas se convierten en “inmaculadas”, es decir, sin mancha de pecado, y por la Comunión, nuestras almas se convierten en “llenas de gracia”, porque recibimos a Aquel que es la Gracia Increada, Cristo Jesús.
         Al recordar a la Virgen en su advocación de la Inmaculada Concepción, no debemos pensar que es una devoción que no tiene nada que ver con nuestra vida espiritual de todos los días. Por el contrario, la Virgen se manifiesta como Inmaculada Concepción, para que también nosotros seamos inmaculados por la gracia del Sacramento de la confesión y llenos de la Gracia de Dios, por la Eucaristía.

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