jueves, 8 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 8


Cuando la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, se reveló a sí misma como la Inmaculada Concepción: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta verdad acerca de la Virgen, había sido proclamada como dogma por el Magisterio de la Iglesia cuatro años antes de las apariciones en Lourdes, por medio del Papa Pío IX. Aunque no lo parezca a primera vista, la declaración del dogma y la condición de la Virgen de ser la Inmaculada Concepción, tienen estrecha relación con nuestra espiritual como cristianos. Para saber la relación que hay entre la Virgen Inmaculada Concepción y nuestra vida espiritual, debemos tener presente que la razón por la que la Virgen fue creada con su alma purísima, sin mancha de pecado –pureza inmaculada que, al momento del alma ser infundida en el cuerpo de la Virgen, le comunicó a este de su propia pureza-, fue porque María estaba destinada a ser, por la Encarnación del Verbo, la Madre de Dios. Es decir, la Virgen fue concebida sin pecado original y Llena de la gracia del Espíritu Santo, porque debía alojar en su seno virginal al Verbo de Dios Encarnado. Desde su concepción, la Virgen se convirtió, con su cuerpo y alma purísimos, en Templo del Espíritu Santo y en Sagrario Viviente de Dios Hijo encarnado, porque la Virgen alojó al Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Hijo de Dios hecho hombre. Es decir, la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Dios Hijo encarnado.
¿Y qué relación tiene esta verdad acerca de la Virgen, con nuestra vida espiritual? En que nosotros, que somos hijos de la Virgen, hemos sido llamados, al igual que la Virgen, a recibir al Hijo de Dios Encarnado, que viene a nosotros con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, y para eso, debemos imitarla a María, con el alma en gracia y con un cuerpo casto, convertido por la gracia en templo del Espíritu Santo.

Es decir, la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, para recibir al Verbo de Dios con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; de igual manera, nosotros hemos sido adoptados como hijos por la Virgen, para recibir –con el alma en gracia y viviendo en castidad- el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en la Eucaristía. Esta es la estrecha relación que existe entre el dogma de la Inmaculada Concepción y nuestra vida espiritual como católicos.
Celebrar la Inmaculada Concepción no se reduce a un recuerdo litúrgico una vez al año, ni significa tampoco una devoción llevada superficialmente: la verdadera devoción a la Inmaculada Concepción implica hacer el firme propósito de evitar el pecado y vivir en estado de gracia santificante hasta el último segundo de vida.

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