miércoles, 14 de septiembre de 2016

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores


         “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre” (Jn 19, 25-27). Luego de relatar la Pasión y Crucifixión de Nuestro Señor, el Evangelio describe la presencia de María Virgen, que está de pie, “junto a la cruz” de Jesús, asistiendo a su Agonía y Muerte. De esta manera, La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo constituyen, con creces, el cumplimiento de la profecía del anciano Simeón, realizada el día en que la Virgen llevó a su Niño recién nacido al templo: “Una espada de dolor atravesará tu Corazón”. Ya en ese mismo momento, la Virgen sintió, con un dolor agudísimo en su Inmaculado Corazón, cómo la profecía comenzaba a cumplirse, porque su Hijo era el Mesías que habría de salvar al mundo inmolando su vida en el altar de la Cruz. Ahora, en el Calvario, la Virgen experimenta el cumplimiento cabal de la profecía que comenzó el día de la Presentación, solo que ahora, en el Calvario, el dolor es de tal intensidad y de tan grande magnitud, que si no estuviera sostenida por el Divino Amor, moriría de tanto dolor que acumula en su Purísimo Corazón. La Presentación y la Cruz son, entonces, dos momentos distintos de una misma profecía: el dolor que inundará, con torrentes inagotables, el Corazón de la Virgen, pero la diferencia es que si en la Presentación, cuando Jesús Niño era sostenido entre los brazos de su Madre, la Virgen sintió el dolor de una espada en su Corazón, ahora en el Calvario, en donde su Hijo amado está sostenido por gruesos clavos de hierro en los brazos de la Cruz, el dolor que inunda a la Virgen es tan grande, que se compara a cientos de espadas que laceran su Inmaculado Corazón. Y si en la Presentación, la Virgen ofrece a su Hijo a Dios, y al hacerlo, una filosa y aguda espada la hace palidecer de dolor, ahora, en el Monte Calvario, al ofrecer la Virgen a su Hijo a Dios por nuestra salvación, siente que se le arranca la vida misma, al ver a su Hijo agonizar y morir en la cruz porque su Hijo es su vida, su amor, su razón de ser y existir, y si su Hijo muere, siente la Virgen que Ella muere con Él.
Al pie de la Cruz, la Virgen es Corredentora, porque participa de los dolores y del sacrificio salvífico de su Hijo Jesús, al ofrecer a Dios, sin queja alguna, con mansedumbre y con dulce amor, los dolores de su Corazón y en un cierto sentido al sacrificarse Ella misma, porque al morir su Hijo, que es la Vida de su alma, siente que su alma muere y se va con Él.

“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre”. La Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, al permanecer de pie al lado de la Cruz, y al ofrecer a su Hijo al Padre por la salvación de los hombres –porque no se queja en ningún momento de los planes salvíficos de Dios-, es figura de la Iglesia que, por medio del sacerdocio ministerial y a través del Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, ofrece al Padre la Eucaristía, esto es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh María, Madre mía, Nuestra Señora de los Dolores, yo soy la causa de tu llanto, de tu amargura y de tu dolor; yo soy, con mis pecados, quien lacero y atravieso tu Inmaculado Corazón, provocándote dolores de agonía y muerte, y por eso te imploro, por tu Hijo Jesús que por mí está en la Cruz, traspasa mi duro corazón con el dardo de fuego del Divino Amor, para que amándote a ti y a Jesús en lo que resta de mi vida en la tierra, continúe amándolos por la eternidad en el cielo!

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