miércoles, 7 de octubre de 2015

Una razón para rezar el Santo Rosario


         Cuando la Virgen dio a la Iglesia, por medio de Santo Domingo de Guzmán, el Santo Rosario, unió la práctica de su oración a numerosas promesas[1], unas más hermosas que las otras. Comprenden, por ejemplo, que el alma se vea librada del Infierno, que salga del Purgatorio prontamente, que gane y llegue al Cielo indefectiblemente, y esto entre otras muchas promesas más, todas maravillosas, como no podía ser de otra manera, viniendo del Amor del Inmaculado Corazón de María. Todas estas promesas, son más que suficientes para rezar el Santo Rosario, todos los días, con amor, piedad y devoción.
         Sin embargo, podemos agregar una razón más para rezar el Rosario, basados en el hermosísimo soneto de Santa Teresa de Ávila: “No me mueve mi Dios, para quererte/el cielo que me tienes prometido,/ni me mueve el infierno tan temido/para dejar por eso de ofenderte./Tú me mueves, Señor,/muéveme el verte/clavado en una cruz y escarnecido;/muéveme el ver tu cuerpo tan herido;/muéveme tus afrentas y tu muerte,/Muéveme en fin, tu amor de tal manera/que aunque no hubiera cielo yo te amara/y aunque no hubiera infierno te temiera./No me tienes que dar por que te quiera,/porque aunque cuanto espero no esperara/lo mismo que te quiero te quisiera”. Y San Juan de la Cruz, de modo similar, dice así: “Aunque no hubiese infierno que amenazase, ni paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría el justo por sólo el amor de Dios lo que obra”[2].
Basados en este soneto y en las palabras de San Juan de la Cruz, en donde los santos aman a Dios por lo que es –Dios Amor crucificado- y no por lo que da –el cielo o el infierno, según nuestras obras-, podemos agregar una razón más para rezar el Santo Rosario: cuando rezamos el Santo Rosario, no somos solo nosotros quienes actuamos, puesto que actúa el Espíritu Santo, por medio de la Virgen, quien es la que concede las gracias. El propósito del Santo Rosario es la contemplación de los misterios de la vida de Jesús y también los de María, para que contemplándolos, los imitemos; ahora bien, no podemos imitarlos, si nuestros corazones no son semejantes, en todo, a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Por el Rosario, mientras nosotros desgranamos sus cuentas y contemplamos sus misterios, la Virgen actúa, silenciosa y misteriosamente, en los corazones de quienes lo rezan, para moldearlos –así como el alfarero moldea la blanda arcilla- y configurarlos a imagen y semejanza del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. Y ésta es la razón para rezar el Rosario: configurar nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y de María para que, al igual que en ellos, también en nuestros corazones inhabite el Amor de Dios, el Espíritu Santo.



[1] La tradición atribuye al beato Alan de la Roche (1428 aprox. - 1475) de la orden de los dominicos el origen de estas promesas hechas por la virgen María. Es mérito suyo el haber restablecido la devoción al santo rosario enseñada por Santo Domingo apenas un siglo antes y olvidada tras su muerte. Las promesas son:
1.- El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2.- Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3.- El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.
4.- El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!.
5.- El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.
6.- El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.
7.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.
8.- Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.
9.- Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.
10.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.
11.- Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13.- Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.
14.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15.- La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.
Cfr. http://www.devocionario.com/maria/rosario_2.html
[2] Audi filia, cap. L.

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