martes, 15 de septiembre de 2015

Nuestra Señora de los Dolores


         El Viernes Santo, la Virgen, al pie de la Cruz, siente su Inmaculado Corazón oprimido por un dolor inabarcable, un dolor inmenso, como inmenso es el Amor de la Madre. Al pie de la Cruz, la Virgen siente que su Corazón Purísimo navega en un océano inacabable de dolores interminables. Al pie de la Cruz, la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, llora amargamente por los dolores que la oprimen, llora y derrama, como un suave y dulce manantial, amargas lágrimas de sal. Su Corazón, creado por Dios Trino como morada del Divino Amor, creado tan grande, capaz de alojar al Amor de Dios, el Espíritu Santo, para amar al Hijo de Dios que en Ella se habría de encarnar, ahora alberga a tanto dolor, como tanto fue el amor por la Virgen prodigado.
¿Por qué llora la Virgen, al pie de la Cruz? ¿Cuáles son los dolores que atenazan al Inmaculado Corazón de María?
Hay tres tipos de dolores que se unen en el Inmaculado Corazón de María, haciendo de Ella Nuestra Señora de los Dolores:
         -Los dolores de su Hijo, porque los siente como propios: todos y cada uno de ellos, los físicos, los morales y los espirituales. Todos los dolores de Jesús, experimentados y sentidos por Él desde la Encarnación, incluidos los de la dolorosísima Pasión –la flagelación, la coronación de espinas, la crucifixión-, todos, absolutamente todos, son experimentados mística y espiritualmente por la Virgen y hacen de Ella la Mártir del Amor. Y porque los experimenta a todos místicamente, la Virgen, al pie de la Cruz, siente morirse a causa de la inmensidad del dolor que le significa ver al Hijo de su Amor. Al morir Jesús, cuyo Sagrado Corazón estaba unido al de la Virgen por el Amor de Dios, la Virgen siente que con la muerte de su Hijo se le va la vida, porque se le va el Amor de Dios Encarnado, Cristo Jesús y, como el Amor de Dios es Vida, la Virgen siente que con Jesús se le va también la vida y por eso, aunque no muere, porque sigue viva, al pie de la cruz, la Virgen siente que muere en vida, con su Corazón Inmaculado traspasado por una agudísima y filosísima “espada de dolor”. Es San Bernardo Abad[1] quien habla de la muerte mística de María al pie de la cruz: como dice San Bernardo, si la muerte de Jesús “fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra (la muerte mística de María) tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante”.
         -Los dolores suyos, propios del Inmaculado Corazón, porque la Virgen es una madre, la Madre de Dios, que ve agonizar a su Hijo, el Hijo de su Amor, con la agonía más dolorosa y cruenta que jamás haya podido sufrir, no solo un hombre de modo individual, sino toda la humanidad de todos los tiempos. Afirma el mismo San Bernardo[2] que la Virgen sufre en su Inmaculado Corazón en cumplimiento de la profecía de San Simeón quien, iluminado por el Espíritu Santo, le anunció que “una espada de dolor atravesaría su Corazón” (cfr. Lc 2, 35) y para la Virgen, estar al pie de la cruz, significa el cumplimiento con creces de esta profecía. Precisamente, tal vez el dolor más lacerante de todos los dolores lacerantes que padece la Virgen, es el causado por el contemplar cómo la lanza del soldado romano, sin piedad, atraviesa el costado de Jesús: en ese momento, el hierro afilado de la lanza, mientras perfora el costado de Jesús, para que de él brote Sangre y Agua, atraviesa al mismo tiempo, espiritual y místicamente, el Inmaculado Corazón de María, que sufre inmersa en un océano de dolores, al ver cómo su Hijo, ni siquiera después de muerto, es respetado.
         -Los dolores de todos los hombres, porque al haberlos adoptado Ella como hijos suyos al pie de la cruz, sufre por todos y cada uno de ellos, sobre todo los más pecadores, los más alejados de Dios, porque si una madre sufre cuando ve que su hijo se acerca, temerario, al filo del abismo, para precipitarse en él, mucho más sufre la Virgen, cuando ve a los hijos adoptivos de su Corazón Purísimo, correr enceguecidos hacia el Abismo del cual no se retorna, separándose de su regazo materno y desgarrando así cruelmente su corazón de madre. La Virgen al pie de la Cruz llora por nuestros pecados, los pecados de sus hijos adoptivos, los pecados que nos apartan de Dios y nos acercan al Abismo y porque ve que muchos de sus hijos, concebidos por el Amor en su Inmaculado Corazón, se apartan voluntariamente del Amor y de la Divina Misericordia encarnados en Cristo Jesús, la Virgen llora amargamente y es Ella quien se duele en el Libro de las Lamentaciones[3]: “Vosotros, que pasáis por el camino (…) mirad si hay dolor como mi dolor”. Es el Viernes Santo y Nuestra Señora de los Dolores, al pie de la cruz, ofrece al Padre, con el Amor de su Inmaculado Corazón, la muerte de su Hijo, por nuestra salvación y se ofrece Ella misma como víctima, pidiendo por nosotros, misericordia y perdón; llora amargamente la Virgen al pie de la cruz por la muerte del Hijo de su Amor y, aunque tiene el consuelo de saber que su Hijo habrá de resucitar “al tercer día”, como lo profetizó[4], al igual que Raquel, “no quiere ser consolada”[5].
Llora la Virgen al pie de la Cruz, llora Nuestra Señora de los Dolores y su llanto, suave y dulce como un río de aguas cristalinas cae, junto a la Sangre de su Hijo Jesús, sobre nuestras almas, lavando nuestros pecados.



[1] Cfr. Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción, 14-15: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 273-274.
[2] Cfr. idem, ibídem.
[3] 1, 12.
[4] Mc 8, 27-35.
[5] Jer 31, 15.

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