viernes, 1 de mayo de 2015

El Legionario y la Misa


         ¿Cuál es el primer fin de la Legión de María?
El primer fin de la Legión de María es la santificación personal de sus miembros[1], porque esta santificación es, a su vez, el medio fundamental para actuar, ya que sólo en la medida en que el legionario posea santidad, podrá servir de instrumento para comunicarla a los demás. Por eso el legionario debe, mediante María, llenarse del Espíritu Santo y ser tomado por el Espíritu Santo como instrumento de santificación, que es el modo como será renovada la faz de la tierra[2].
         Ahora bien, la santificación, para el legionario, fluye, sin excepción, de un solo lugar, y ese lugar es el Santo Sacrificio de Jesucristo sobre el Calvario, ya que Jesucristo es la Gracia Increada y la Fuente inagotable de toda gracia creada. Ahora bien, este hecho plantea un interrogante: si el sacrificio de Jesús sobre el Calvario es la única fuente de santificación para el legionario, ¿cómo acceder a esta fuente inagotable de gracias, puesto que este sacrificio ya sucedió hace más de dos mil años, en Palestina? ¿No resulta, por este mismo hecho, una empresa imposible la santificación?  De ninguna manera, porque el Amor de Dios hace posible lo que es imposible para el hombre, y así que es el poder del Espíritu Santo el que permite que, aunque el Santo Sacrificio del Calvario haya sucedido en el tiempo y en la historia hace dos mil años, se haga presente, en su realidad ontológica y no en el mero recuerdo o símbolo, sobre el altar eucarístico y bajo el velo de las especies sacramentales. El Santo Sacrificio de la Cruz se hace presente en el altar eucarístico -permitiendo así al legionario acceder a su Fuente de santificación-, puesto que la Misa es la renovación incruenta del mismo y único Santo Sacrificio del Calvario. Esto es posible porque si bien Jesucristo, el Hombre-Dios, se ofreció en sacrificio en cruz hace dos mil años en el Calvario, ese sacrificio en cruz se perpetúa, misteriosamente, en el mundo, en el tiempo y en el espacio, por el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa[3]. La Santa Misa no es una mera representación simbólica del Calvario, sino que pone real y verdaderamente, en medio de nosotros, por el misterio de la liturgia eucarística y por el poder el Espíritu Santo, el mismo Sacrificio en Cruz, sacrificio por medio del cual el Cordero de Dios, Jesucristo, nos redimió al precio de su Sangre Preciosísima. Tanto la Cruz como la Misa son un mismo y único sacrificio, realizados por el mismo y único Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo; por el misterio de la liturgia de la Misa, se fusionan, por así decirlo, la Misa ofrecida en un momento determinado del tiempo, y el sacrificio del Calvario realizado hace dos mil años, desapareciendo así la distancia de tiempo y espacio entre el sacrificio de la Misa y el sacrificio del Calvario[4]; en ambos sacrificios, el sacerdote y la víctima son el único y el mismo, Jesucristo; sólo difiere el modo de ofrecer el sacrificio: en la Cruz, de modo incruento; en la Misa, de modo incruento y sacramental.
La Misa contiene todo cuanto Cristo ofreció a su Padre en el Calvario, y todos los frutos de santidad y todas las gracias infinitas que consiguió para los hombres en la Cruz, y esto se debe a que la Misa y el Calvario son un mismo y único sacrificio. Por esto mismo, quienes asisten a Misa, deben asistir con la intención y el ánimo de ofrecerse a sí mismos como víctimas en la Víctima Inocente; es decir, quien asiste a Misa –y mucho más, el legionario-, no debe asistir de modo “pasivo”, sino “activo”, pero la actividad no consiste en movimientos exteriores, sino más bien en la oblación espiritual interior, por medio de la cual se ofrece todo el ser a los pies de Jesús crucificado, que se hace presente en el altar eucarístico, a través de las manos de la Virgen, que se encuentra de pie, al lado de la cruz, y presente en persona en la Santa Misa, así como estuvo de pie, al lado de la cruz, y presente en persona, en el Santo Sacrificio de la Cruz, hace dos mil años, en Palestina.
El legionario que desee, por lo tanto, santificarse, y santificar a los demás –en esto, por otra parte, consiste el fin de la Legión de María-, debe acudir a la Santa Misa, teniendo en la mente y en el corazón qué cosa es la Santa Misa y con qué clase de intención y de ánimo oblativo debe asistir. Y es por este mismo motivo que la Legión exhorta a los legionarios a que concurran, de ser posible, a la Misa diaria y que comulguen, de ser posible, todos los días[5].




[1] Cfr. Manual Oficial de la Legión de María, 47.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

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