domingo, 2 de noviembre de 2014

María, Madre y Medianera de la Gracia


A la Virgen María se la llama “Medianera o Mediadora de todas las Gracias” desde muy antiguo en la Iglesia, pero es recién en el año 1921 en el que se introduce una fiesta dedicada a la Madre de Dios, con el título específico de “María, Medianera de todas las gracias”.
¿Qué significa este título? ¿Cuál es la razón por la que la Virgen es “Medianera de todas las gracias?
         La razón radica en la naturaleza misma de la Virgen María: Ella es la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, porque estaba destinada, desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios; como tal, no podía estar contaminada ni siquiera mínimamente con la más ligerísima mancha del pecado original y por eso fue concebida sin pecado –Inmaculada Concepción- e inhabitada por el Espíritu Santo –Llena de gracia-. Pero además de ser la Madre de Dios, la Virgen tuvo el encargo de ser la Madre de toda la humanidad, porque así lo dispuso Nuestro Señor Jesucristo, cuando antes de morir en la cruz, le dio la Virgen a Juan por Madre, diciéndole: “Hijo, he ahí a tu Madre”, y diciéndole a la Virgen: “Madre, he ahí a tu hijo”. De esta manera, la Virgen, por ser la Madre de Dios, era ya en sí misma, por su misma naturaleza, la Madre de todas las gracias, porque al dar a luz virginalmente a su Hijo Jesús, nos daba todas las gracias, porque nos daba a Jesús, que es la Gracia Increada; pero además, al ser la Madre de todos los hombres, era también la Medianera de todas las gracias, porque siendo Madre celestial, se habría de comportar con nosotros, los hombres, como se comportan todas las madres de la tierra con sus hijos, esto es, dándoles alimentos y toda clase de bienes, y en el caso de la Virgen, el principal alimento que Ella habría de darnos, sería la Eucaristía, al ser Ella Nuestra Señora de la Eucaristía y Madre de la Eucaristía, y los principales bienes que habría de darnos, sería su mediación maternal, para obtener la gracia santificante. Así lo sostienen los grandes santos de la Iglesia: “Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de nuestra Madre Santa María”[1]; “María es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere dispensar”[2]; “Siempre que tengamos que pedir una gracia a Dios, dirijámonos a la Virgen Santa, y con seguridad seremos escuchados”[3].
         Le confiemos entonces a la Virgen María, Medianera de todas las Gracias, todo lo que somos y lo que tenemos, todo nuestro ser, nuestro pasado, presente y futuro, nuestros bienes espirituales y materiales, nuestros seres queridos y nuestro propio ser, para que Ella los colme de todas las gracias necesarias para la contrición perfecta del corazón, para la conversión y la eterna salvación, puesto que lo único y más importante en esta vida es la salvación del alma, confiados en las palabras de San Bernardo: “Aquello poco que desees ofrecer, procura depositarlo en manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él repulsa”[4].




[1] San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 280.
[2] San Alfonso María de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 25.
[3] Santo Cura de Ars, Sermón sobre la pureza.
[4] Homilía en la Natividad de la Beata Virgen María, 18.

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