viernes, 15 de agosto de 2014

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María


         La Iglesia celebra la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma a los cielos. Que la Virgen haya sido Asunta a los cielos, quiere decir que la Virgen, al morir, no solo no sufrió la corrupción de la muerte –rigidez cadavérica, descomposición, etc.-, sino que inmediatamente después de morir fue glorificada y asunta a los cielos, y esto no podía ser de otra forma, porque Ella era la Inmaculada Concepción, la concebida sin mancha de pecado original, porque debía alojar en su seno virginal al Verbo de Dios, y por lo tanto, no podía contener en sí misma el germen de corrupción y de malicia que es el pecado, y si no contenía el pecado original, no sufrió nunca lo propio del pecado, la corrupción de la muerte.
La Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción y como Llena de Gracia, porque debía engendrar en su seno virginal al Verbo Eterno del Padre, Verbo Inmaculado y Gracia Increada en sí misma, y es por eso que la Asunción es solamente el desenvolverse, el desplegarse y el derramarse, desde su alma purísima, hacia su cuerpo purísimo, de esa gracia con la cual la Virgen fue concebida. La Virgen, que alojó en su seno al Verbo de Dios, no podía, de ninguna manera, experimentar en su cuerpo, el triunfo de la muerte, porque la muerte ya fue vencida por su Hijo en la cruz, y es por eso que, en el momento de morir, como la Virgen Inmaculada era, al mismo tiempo, la Llena de gracia, esa gracia se derramó sobre su cuerpo purísimo, y lo glorificó, transformándolo, como dice San Germán de Constantinopla, en “un cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta”.
Es decir, en el momento de morir, la Virgen, lejos de experimentar la rigidez cadavérica que todo cuerpo comienza a experimentar, y lejos de experimentar, su cuerpo santísimo, los hedores de la muerte, como lo hace todo cadáver con el correr de las horas, por el contrario, el cuerpo santísimo de la Madre de Dios, sufrió un proceso absolutamente inverso y desconocido para la naturaleza humana, solo experimentado anteriormente por su Hijo Jesucristo en el día Domingo, en la Resurrección: su cuerpo santísimo fue invadido por la gloria divina, derramándose desde su alma inmaculada y llena de gracia, lo cual quiere decir que su cuerpo fue inmediatamente convertido en un cuerpo bienaventurado, es decir, en un cuerpo luminoso, lleno de la gloria divina, incorruptible, inmortal, partícipe de la vida trinitaria, y fue asunta inmediatamente hacia el seno de la Trinidad, para participar de la feliz bienaventuranza, por toda la eternidad.

Alma en gracia durante la vida, cuerpo glorificado al morir: lo que la Iglesia celebra y festeja en su Madre celestial, lo desea, lo implora y lo procura, por medio de los sacramentos, la oración y las obras de misericordia, para cada uno de sus hijos que peregrinan hacia el Reino de los cielos. Todos los hijos de la Virgen estamos llamados a seguir su mismo camino; todos estamos llamados a ser asuntos al cielo, pero para que nuestro cuerpo sea glorificado, nuestra alma debe vivir en gracia: alma en gracia durante la vida terrena, cuerpo glorificado en la vida eterna.

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