lunes, 12 de mayo de 2014

Las Apariciones de la Virgen en Fátima, la visión del Infierno y nuestra visión de la Iglesia y del mundo


         Nuestra Señora se apareció en Fátima a tres niños pastorcitos –Lucía, de nueve años, Jacinta, de siete y Francisco de diez años- en el año 1917, durante seis veces, entre los meses de mayo y octubre del año 1917. Estas apariciones de la Virgen estuvieron precedidas el año anterior, 1916, por las apariciones del Ángel de la Paz o también Ángel de Portugal, que fueron tres en total. Una aproximación superficial a estas apariciones podría hacer pensar en una situación bucólica, ideal, y hasta romántica: un ángel de la paz y la Virgen, se aparecen a tres niños para darles mensajes. Estos mensajes, puesto que se  tratan de la religión cristiana, y están dirigidos a los niños, no pueden no ser mensajes de ternura, mensajes edulcorados, acaramelados, que hablen de paz, de cielo, de bondad, de cosas lindas. ¿De qué otras cosas hablarían nada menos que un ángel y la misma Madre de Dios a tres niños? ¿Podrían, estos seres celestiales, asustar a los niños, hablándoles del infierno? ¿Podrían, el ángel y la Virgen, hablarles de sacrificios, de penitencias, de renuncias, de rezar constantemente el Rosario, a tres niños pequeños? ¿No sería eso traumatizarlos? ¿No sería eso hacerlos retroceder a una visión de un catolicismo ya perimido para un siglo XXI, pleno de avances científicos y tecnológicos, en donde el hombre ha superado estas concepciones antiguas y obsoletas?
         Pues bien, tanto el Ángel de la Paz o Ángel de Portugal, y la mismísima Madre de Dios, la Virgen María, en sus apariciones, hablaron a los niños de pecado y de gracia, de la necesidad de oración constante y perseverante, incluso el Ángel interrumpió el juego de los niños para decirles que recen; les hablaron de mortificación y sacrificio y de la gran importancia del sacrificio y de sacrificios importantes, como la privación del agua hasta el punto de experimentar la sed, o el dormir con una soga que provocara dolor, como en el caso de Jacinta; les hablaron de rezar el Santo Rosario todos los días; les hablaron de la ingratitud y de la malicia de los  hombres pecadores para con Jesucristo, que le pagan con desprecios, ultrajes e indiferencias, su gran Amor, demostrado en la Pasión; les hablaron de la necesidad imperiosa de reparar, con sacrificios, penitencias y mortificaciones, este gravísimo ultraje que los hombres pecadores hacían a Jesucristo principalmente en su Presencia sacramental; el Ángel, por orden de Dios, les enseñó dos oraciones de reparación[1],[2], al tiempo que en una de sus apariciones, los interrumpe en sus juegos para decirles que oren y se mortifiquen, porque “los corazones de Jesús y de María están prontos para escucharlos”.
         Pero es sobre todo la Virgen María quien nos llama la atención en estas apariciones: primero, porque Sor Lucía nos dice que “no estaba contenta”, sino triste; y en segundo lugar, porque no es que simplemente les “habla” del Infierno a los tres niños, sino que, misteriosamente, con el poder divino que la asiste por ser Ella la Madre de Dios y Reina de cielos y tierra, les hace “experimentar místicamente”, o bien los conduce -no lo sabemos exactamente- al Infierno, según la vivacidad de la experiencia que los niños sienten. Eso se deduce de las palabras mismas de Sor Lucía, quien relata así lo sucedido en la Tercera Aparición de la Virgen en Fátima, el 13 de Julio de 1917: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo. (Debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a horribles animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, (…)”.
         En consecuencia, si esta es la visión que la Virgen y un ángel de Dios nos muestran a través de las Apariciones de Fátima, ¿cuál es nuestra visión de la Iglesia? Porque pareciera ser que, para muchos en la Iglesia de hoy, no existirían ni el pecado, ni la gracia, ni la necesidad del sacrificio, ni de la penitencia, ni de la mortificación; tampoco existirían el infierno, ni la necesidad de la conversión de los pecadores, ni las tentaciones del mundo, ni el demonio y sus ángeles caídos, y nuestro paso por la vida, sería algo así como un parque de diversiones, al estilo Disneylandia, en el que lo único que hay que hacer es disfrutar, al máximo posible, los goces mundanos que ofrece el mundo y el dinero, y para acallar la conciencia, basta con dar un barniz superficial de cristianismo, ocultando y separando de este cristianismo todo lo que impida concretar el ideal mundano de este “Mundo Feliz” sin Dios y sin Cristo crucificado y resucitado, sin Virgen María y sin Mandamientos; un “Mundo Feliz” de Disneylandia, con un cristo sin cruz, un anticristo con mandamientos hechos a la medida del hombre, elegidos por el hombre, que satisfacen todos sus apetitos carnales y mundanos. Pero un mundo así, es un mundo sin Dios, que finaliza en el Abismo de donde no sale; un mundo así, en el que vivimos en el día de hoy, finaliza en el Infierno, el mismo que le mostró la Virgen a los pastorcitos de Fátima: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego…”. Es hora de despertar, católicos, porque el “Mundo Feliz sin Dios”, el que pintan los medios de comunicación masiva, no existe, es solo una pantalla de cartón pintado, detrás del cual se encuentra el Infierno mostrado por la Virgen a los Pastorcitos de Fátima.




[1] En la primera aparición, el Ángel se arrodilló y tocando la frente con el suelo, dijo esta oración: ‘Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. Sor Lucía dijo: “Después de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Oren de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharlos”.
[2] En la tercera aparición, el Ángel les da a comulgar la Hostia y a beber del Cáliz, a la par que les enseña la segunda oración de reparación, esta vez dirigida a la Santísima Trinidad. Dice así Sor Lucía: “Después de haber repetido esta oración no sé cuantas veces vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas para ver que pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El ángel deja el cáliz en el aire, se arrodilla cerca de nosotros y nos pide que repitamos tres veces: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el precioso cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los sufragios, sacrilegios e indiferencia por medio de las cuales Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y por el Inmaculado Corazón de María, pido humildemente por la conversión de los pobres pecadores.
Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se los dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo,
Tomen y beban el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofrezcan reparación por ellos y consuelen a Dios.

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