miércoles, 11 de diciembre de 2013

Nuestra Señora de Guadalupe


         Todo en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe nos habla del cielo: la imagen en sí misma, el mensaje de amor celestial que le transmite a Juan Diego, y la conversión masiva de indígenas luego de la aparición, conversión que no se explica por otra causa que no sea la sobrenatural.
         Nos habla del cielo la imagen en sí misma, impresa en la tilma de Juan Diego, puesto que posee características que hacen imposible su origen terreno, como por ejemplo, el material con el cual está hecha la imagen, o el hecho de que se encuentre literalmente flotando sobre la tilma y no aplicada sobre esta; la tilma, el soporte en donde se encuentra la imagen, permanece inexplicablemente sin alteraciones a pesar de haber transcurrido siglos desde la impresión de la imagen; todo esto, sin contar los innumerables prodigios, signos y mensajes contenidos en la imagen, como por ejemplo, que la Virgen tenga rasgos indígenas, lo cual significa que todos los hombres, sin importar su raza, son creación de Dios y que Dios quiere que todos se salven y por eso envía a la Virgen a buscarlos, para llevarlos al cielo; el hecho de que la Virgen esté embarazada, significa que Ella es la celestial Portadora del Verbo de Dios humanado, Cristo Jesús, que viene a dar su Vida eterna a quien lo reciba con fe y con amor; y como estos, muchísimos otros signos y mensajes ocultos que sorprenden a quien contempla la impresión de la tilma de Juan Diego.
         Nos habla del cielo el mensaje maternal dirigido a Juan Diego y, por su intermedio, a todos nosotros; se  trata del mensaje de amor materno de una Madre celestial, la Virgen, que ama a Juan Diego con un Amor sobrenatural, celestial, y por lo tanto incomprensible, inagotable, eterno. Las palabras de la Virgen a Juan Diego –y por lo tanto a cada ser humano- resuenan en lo profundo del corazón de cada hombre, porque están impregnadas del Amor Divino y porque están pronunciadas por el Amor Divino, que habla a través de la Virgen: “¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?”. “Oye y pon bien en tu corazón, hijo mío el más pequeño: nada te asuste, nada te aflija, tampoco se altere tu corazón, tu rostro; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad o algo molesto, angustioso o doliente. ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en donde se cruzan mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? (…) Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te preocupe con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por seguro que ya sanó”. Las amorosas palabras de la Virgen de Guadalupe, dichas a Juan Diego, son las palabras del Dios Amor, dichas a toda la humanidad, a todo hombre de todo tiempo y lugar, y por eso las tenemos que tomar como dichas a cada uno en particular.
         Por último, nos habla del cielo la conversión masiva de indígenas, producida luego de la aparición: mientras hasta la aparición las conversiones eran escasísimas, debido a que el paganismo antropofágico estaba firmemente arraigado en los habitantes del lugar, luego de la aparición de la Virgen de Guadalupe, se calcula que se convirtieron en masa más de ocho millones de mexicanos.

         En nuestros días, vemos que se cierne sobre la humanidad toda una sombra siniestra, mucho más peligrosa que en tiempos de Juan Diego, y es la sombra del ateísmo, del gnosticismo, del neo-paganismo, que ha envuelto a la humanidad entera. Y como Juan Diego, también nosotros nos sentimos débiles e insignificantes, por lo que le pedimos a la Virgen que Ella haga que nuestros corazones sean otras tantas tilmas, en donde se imprima su celestial imagen y que así como le habló a Juan Diego, también nos hable a nosotros y a nuestros hermanos al corazón, para que escuchando su dulce voz materna y dejando de lado toda preocupación mundana, nos convirtamos a su Hijo Jesús, “el Único Dios Verdadero por quien se vive”.  

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