jueves, 21 de noviembre de 2013

La Presentación de la Virgen María


La Iglesia celebra el día en el que la Virgen, siendo Niña aun, es llevada por sus padres, Joaquín y Ana, al templo, para consagrarla a Dios. Al presentarla en el Templo y consagrarla a Dios, los padres de la Virgen solo reafirman exteriormente la consagración interior que de la Virgen hizo el mismo Dios Trino al crearla. En otras palabras, cuando los santos Joaquín y  Ana presentan a la Virgen Niña al templo para consagrarla y para que dedique toda su vida a Dios, solo reafirman, como padres piadosos que son, lo que la Voluntad de la Santísima Trinidad había expresado al crear a la Virgen como Inmaculada Concepción y como Llena de gracia: que la Virgen fuera un Templo Viviente, Purísimo y Perfectísimo, en donde habitara el Espíritu Santo desde su Concepción Inmaculada, para que así, inhabitada por el Amor Divino, fuera la Madre, en el tiempo, del Dios Eterno humanado. Más que ser los padres de la Virgen quienes la consagran a Dios, es el mismo Dios Uno y Trino quien, con el concurso co-creador de los santos Joaquín y Ana, consagra a la Virgen para sí mismo al crearla Pura e Inmaculada. De esta manera, la existencia de la Virgen no se explica sino es para ser la Madre terrenal del Dios Eterno, Aquella Madre amantísima que por su Pureza mereció concebir en el tiempo, sin concurso de padre humano, a Aquel que fue engendrado desde la eternidad en el seno de Dios Padre. 
Pero también la Presentación es la dedicación o consagración que de sí misma, en cuerpo y alma, hace la Virgen a Dios, una vez que tiene uso de razón, desde Niña muy pequeña, obedeciendo a la Voluntad de la Trinidad que la quería para sí y solo para sí. La Virgen María, por ser concebida en gracia, sin mancha de pecado original, y habitada por el Espíritu Santo, es llamada también “Templo perfecto del Nuevo Testamento”, “Sagrario Viviente del Hijo de Dios”, “Tabernáculo Purísimo que custodia al Verbo Eterno del Padre”. Como tal, la Virgen no podía –por imposibilidad metafísica- estar apegada a amores mundanos, terrenos, alejados de Dios: todo lo que la Virgen ama, lo ama en Dios, por Dios y para Dios, y nada ama que no sea Dios, como consecuencia de su condición de ser la Llena de gracia, concebida sin mancha de pecado original.
Es esto lo que la Iglesia celebra, el hecho de que Dios Trino haya creado a un ser, la Virgen María, destinado a ser un Templo viviente en el que inhabita sólo el Amor de Dios: el Amor del Padre, que la crea como Hija suya predilecta; el Amor del Hijo, que la ama por ser su Madre; el Amor del Espíritu Santo, de quien es Esposa Purísima. 
Y puesto que la Virgen es Templo Perfectísimo y Purísimo en donde inhabita el Amor de Dios, todo aquel que ingresa en este Templo, recibe solo aquello que posee este Templo y es el Amor Divino y este es el fundamento de la consagración del cristiano al Inmaculado Corazón de María: quien se consagra a María, Templo Viviente del Amor de Dios, recibe también la gracia de ser Templo del Espíritu Santo, es decir, queda también consagrado al Amor Divino. En consecuencia, el cristiano que se consagra a la Virgen, expulsa de sí todo tipo de amor mundano, impuro, terreno, incompatibles con el Divino Amor. Por lo tanto, al celebrar la Presentación de la Virgen, le pedimos que interceda para que también seamos, como Ella, templos vivientes del Espíritu Santo, consagrados solo al Amor de Dios.

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