viernes, 7 de diciembre de 2012

La Inmaculada Concepción, los cristianos y la Eucaristía



         ¿Qué relación hay entre nosotros, la Inmaculada Concepción y la Eucaristía?
         Que así como la Virgen fue concebida en gracia, sin mancha de pecado original, y llena del Espíritu Santo, en vistas a que su seno virginal debía alojar el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía, y que su vida toda debía estar destinada a ser Custodia Santa, Sagrario de oro y Altar de Jesús Eucaristía, así también nosotros, fuimos creados por y para la Eucaristía. Al igual que la Virgen, también nosotros, como adoradores, estamos llamados a ser “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 3, 16), y a convertir nuestros corazones en otros tantos sagrarios, altares y custodias de Jesús Eucaristía.
         Es decir, la Virgen María, en su Inmaculada Concepción y en su condición de Llena del Espíritu Santo, es para los cristianos -y mucho más para los adoradores de la Eucaristía-, el único modelo y guía de cómo debemos ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo: así como es la Virgen, así debemos tender a ser nosotros, imitando su perfección. Pero aquí surgen algunas preguntas: ¿cómo llegar a ser inmaculados como la Virgen? ¿Cómo llegar a ser llenos del Espíritu Santo, como la Virgen? ¿No parece esto un despropósito? ¿No parece esto imposible, siendo nosotros creaturas imperfectas, habiendo sido concebidas con pecado original, estando llenas de pecado, o con la tendencia permanente al mal obrar? La respuesta a todas estas preguntas es que la imitación de la Virgen no es un despropósito, porque es la misma Virgen María, Medianera de todas las gracias, quien viene en nuestro auxilio, para que podamos imitarla por la gracia de los sacramentos, principalmente la confesión sacramental y la Eucaristía. Por la gracia sacramental de la confesión, el alma se ve libra del mal que supone el pecado, y se llena de gracia, al tiempo que se vuelve inmaculada, imitando de esta manera, aunque sea de modo lejano, a la Virgen, permaneciendo en ese estado hasta la creatura misma libremente lo decida (es decir, puede permanecer en estado de gracia todo el tiempo que desee, ya que el estado de gracia finaliza cuando la persona libremente decide pecar).
Por la gracia sacramental, podemos entonces alcanzar ese ideal que es la Virgen; pero además de la acción de la gracia, nuestra configuración a la Virgen, en vistas a que nuestros cuerpos sean templos del Espíritu y nuestros corazones sagrarios de Jesús Eucaristía, es necesaria también nuestra voluntaria colaboración para la conservación del estado de gracia, y para ver de qué manera, debemos contemplar a la Virgen como Inmaculada Concepción.
La Virgen, concebida en  gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, es un templo purísimo y perfectísimo de la Trinidad; en ese templo, que es su Cuerpo Inmaculado, no se escuchan otras cosas que acciones de gracias, cantos de alabanzas, expresiones de júbilo y de adoración a Dios Uno y Trino; en ese Templo sagrado que es el Cuerpo de María Santísima, nada de lo mundano y profano osa siquiera acercársele; en este Templo santo, que es el Cuerpo y el Corazón de María Inmaculada, no sólo no hay ni el más pequeñísimo lugar para amores impuros, espúreos, profanos, sino que todo lo llena el purísimo y perfectísimo Amor de Dios, el Espíritu Santo; en este Templo consagrado a Dios, todo es luz, porque en él brilla el esplendor de la Verdad y de la Sabiduría divina, Jesucristo; todo es fragancia de aromas exquisitos, porque todo lo invade el suave perfume del Espíritu Santo; en este Templo inmaculado, todo es dulzura, alegría festiva, dicha, cantos de gozo, porque no hay otra Voluntad que la Voluntad santísima y perfectísima de Dios Uno y Trino; en este Templo purísimo que es el Cuerpo Glorioso de María, hay un altar celestial, hay un sagrario más valioso que el oro, hay una custodia más valiosa que plata refinada siete veces, y es su Corazón Inmaculado, en donde se resguarda, se ama y se adora a Jesús Eucaristía.
Es necesario entonces contemplar a María Inmaculada, Templo del Espíritu Santo, Altar, Sagrario y Custodia de Jesús Eucaristía, porque ése es nuestro modelo al cual debemos tender, y según ese modelo, es que debemos configurar nuestro cuerpo y nuestro corazón, mucho más en nuestro tiempo, tiempo de ateísmo teórico y práctico, tiempo de aparición de falsos profetas y de ídolos que intentan convertir los cuerpos en templos desacralizados y los corazones en altares profanados, en sagrarios vacíos, en custodias rotas.
El mundo de hoy es radicalmente contrario a la idea de Dios de convertir el cuerpo de cada ser humano en templo de su Espíritu, y su corazón en altar de Jesús Eucaristía, y es así como pretende que los cuerpos sean cuevas de Asmodeo, el demonio de la lujuria, y que los corazones, de nidos de luz y de amor que deberían alojar a la dulce paloma del Espíritu Santo, se conviertan en nidos de serpientes, en donde moran demonios que destilan resentimiento, odio, rencor y venganza. El cristiano, pero sobre todo el adorador de la Eucaristía, debe estar precavido contra el mundo, ya que este utiliza abundantes medios para lograr su objetivo desacralizador. El mundo busca aturdir con música desenfrenada, impura, grosera, para que en los templos de Dios, que son los cuerpos de los cristianos, se escuche música profana y blasfema y no se entonen más cánticos de alabanza y de adoración; el mundo inunda la imaginación, los ojos y el deseo con toda clase de imágenes perversas, que reemplazan en el corazón del hombre las imágenes de Jesucristo y la Virgen, y esto ocurre especialmente desde la infancia, y se extiende a lo largo de toda la vida; el mundo introduce todo tipo de modas licenciosas, de costumbres paganas, de modos de pensar, de actuar y de vivir radicalmente contrarios al Evangelio; modos que profanan y desacralizan las mentes y los corazones de los cristianos.
Por lo tanto, en el mundo de hoy, el cristiano, y mucho más el Adorador Eucarístico, debe estar “vigilante y atento”, como el servidor “bueno y fiel”, para que no entre en su casa el “ladrón” (cfr. Mt 24. 43) de almas, que busca profanar el cuerpo y desacralizarlo; el adorador debe estar atento y vigilante para que no solo nunca suceda eso, sino para que su cuerpo sea siempre, hasta el momento de la muerte, templo del Espíritu Santo, y su corazón, altar, sagrario y custodia de Jesús Eucaristía, a imitación de la Inmaculada Concepción de María.

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