martes, 31 de julio de 2012

La Virgen María en la crucifixión de Jesús




Es la tarde del Viernes Santo, Jesús está suspendido de la cruz, en la cima del Monte Calvario. El sol se ha oscurecido, corre un viento helado; ha pasado ya el rumor del temblor de la tierra, que ha partido las piedras y las rocas, y el silencio todo lo invade. Todo está en tinieblas, pero no a causa de las densas y negras nubes de tormenta que cubren todo el cielo, sino porque el sol mismo ha dejado de brillar, y ya no da ni luz ni calor.
Un silencio de sepulcro, un viento frío, que hiela los huesos, oscuridad y tinieblas, eso es el Monte Calvario, porque ha muerto en cruz el Hombre-Dios.
Todo el universo está de luto, porque muere crucificado el que es la Vida en sí misma, el Hijo de Dios. Ha muerto la Vida, Dios que es Vida y Dador de vida, y por eso el universo entero hace luto, por la muerte del Hombre-Dios: el sol se ha oscurecido, y no da ni luz ni calor; la tierra está en silencio, hasta los ángeles del cielo lloran la muerte del Hijo de Dios. En el Monte Calvario, todo es silencio y dolor.
Todo está en silencio, y solo se escucha el suave gemido de un dulce llanto, el llanto silencioso de la Madre de Dios, que llora la muerte del Hijo de su Amor. Solo se escucha el dulce llanto de la Virgen María, que llora a su Hijo muerto en la cruz.
Todos se han ido, los discípulos, los que habían recibido milagros de parte de Jesús, los que habían sido curados en sus enfermedades, los que habían saciado su hambre, todos abandonan a Jesús. Incluso hasta Dios Padre parece abandonar a Jesús: “Padre, por qué me has abandonado?”, dice Jesús antes de morir.
Todos han abandonado a Jesús, e incluso hasta Dios Padre en Persona parece haberlo hecho. Pero si Dios Padre parece ausente en la Pasión, no así la Madre de Dios, María: lo acompaña a lo largo de toda la Pasión, se encuentra con Él, lo conforta y lo consuela, y luego está con Él al pie de la cruz, mientras su Hijo agoniza. En ningún momento Jesús dice: “Madre, ¿por qué me has abandonado?”, porque María Virgen en ningún momento abandona a su Hijo en la Pasión. La Virgen María es la única que acompaña a Jesús a lo largo de la Vía Dolorosa. María es la única que no solo jamás abandona a Jesús, sino que ama a su Hijo con un amor maternal y misericordioso, más grande que el amor de todos los ángeles y santos juntos[1].

Pero María no sólo está con Jesús en el Monte Calvario, en el momento en el que Jesús muere. Cada vez que Jesús renueva su sacrificio en el altar, bajando con su cruz desde el cielo, la Virgen María baja con Él desde el cielo, hasta el altar[2], y lo acompaña como lo acompañó en el Monte Calvario.
La Virgen María está al pie del altar, porque en cada misa se hace Presente su Hijo Jesús con la cruz, en el altar, bajando desde el cielo, y así como Jesús baja con la cruz desde el cielo, así María baja desde el cielo hasta el altar, acompañando a su Hijo Jesús. Es dogma de fe que Jesucristo, Dios Hijo humanado, se hace Presente personalmente en el altar, en el sacramento de la Eucaristía, y que renueva sacramentalmente su sacrificio de cruz; entonces, también por la fe, debemos creer –porque así es en la realidad- que la Virgen María, la Madre de Dios, se hace Presente personalmente en el altar, al pie de la cruz del altar.
La Virgen acompaña a su Hijo Jesús en la cruz, en el Monte Calvario, y es la única que le da consuelo; la Virgen acompaña a su Hijo Jesús en la renovación del sacrificio de la cruz, en el Nuevo Monte Calvario, el altar eucarístico, y así como dio consuelo a su Hijo en la cruz, así es la única que da consuelo a los hijos de Dios que peregrinan en este valle de lágrimas.
Por estar María al pie de la cruz de Jesús, con el Corazón lleno de amor y de misericordia hacia Jesús, María es el ejemplo de cómo amar a Cristo en la cruz, y de cómo amar la cruz de Cristo, en el Monte Calvario, en Palestina, y en el Nuevo Monte Calvario, el altar eucarístico de la Iglesia Católica, pero no es sólo ejemplo de cómo amar a Jesucristo: si se lo pedimos, con todo gusto nos dará la gracia de amar a su Hijo Jesús con el mismo amor de su Corazón Inmaculado, con el mismo amor con el que lo amó al pie de la cruz. María no es solo un ejemplo externo a imitar, en el amor a Jesús: Ella nos da de su mismo amor, de manera que podamos amar a Jesús no con nuestro amor humano, limitado y pequeño, sino con el amor infinito y eterno de la Madre de Dios.




[1] Cfr. Laureano Castán Lacoma, Las bienaventuranzas de María, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid4 1976, 158.
[2] Cfr. Mi vida en Nazareth, María, Mensajera Argentina, Buenos Aires 1988, 49.

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