jueves, 25 de marzo de 2010

El Descenso del Espíritu Santo sobre la Virgen


“El Espíritu Santo descenderá sobre Ti” (cfr. Lc 1, 26-38). El Espíritu Santo había ya descendido sobre María Santísima en el momento de la Concepción Inmaculada, convirtiendo a María en el Lirio celestial; ahora, el ángel le anuncia que el Espíritu Santo descenderá sobre Ella en la Encarnación, para convertir a Ella, que es la Flor de los cielos, en la Morada Santa, en el Tabernáculo del Dios Altísimo, que alojará en su seno purísimo al Dios Tres veces Santo. El descenso del Espíritu Santo hará de María algo más grande que los cielos, porque contendrá dentro de Ella a Aquel a quien los cielos no pueden contener.
Debido a que el Espíritu Santo descenderá sobre la Virgen para llevar dentro de Ella a la luz eterna, Dios Hijo, el descenso del Espíritu Santo convertirá a la Virgen en algo similar a un diamante, que encierra la luz, porque la Virgen encerrará dentro de Ella a la Luz eterna, Cristo Jesús. El descenso del Espíritu Santo hará de la Virgen el Cristal ardiente, el Diamante Puro, que irradiará al mundo la luz, el fuego y el calor de Dios Hijo, porque de Ella nacerá, como un rayo de sol que atraviesa un cristal, el Hijo de Dios encarnado.
El Espíritu Santo desciende sobre la Virgen en el Nacimiento, haciendo de la Virgen, Sagrario de Dios, la Madre de Dios Hijo, dando cumplimiento al signo anunciado por Isaías: “Dios mismo os dará una señal: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo”, y por la concepción virginal, y por el nacimiento virginal, Dios, que habitaba en una luz inaccesible, comenzará a habitar entre los hombres.
El Espíritu Santo, Fuego de Amor divino, desciende sobre la Virgen en Pentecostés, convirtiendo a María, Tabernáculo y Sagrario, en Antorcha Viva que arde con el Fuego del Divino Amor, y que comunica de ese Amor y de ese Fuego divino a quien se acerca a Ella.
La Virgen, sobre la que desciende el Espíritu Santo, es modelo de la Iglesia Santa, y por eso también sobre la Iglesia Santa desciende el Espíritu Santo: desciende en el momento del nacimiento de la Iglesia, en el Calvario, con la efusión de sangre y agua del Corazón traspasado del Salvador. En el momento en el que el Corazón de Jesús es traspasado en la cruz, en ese momento, con la efusión de sangre y agua, se produce la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia, dando nacimiento celestial, inmaculado y puro, a la Iglesia Santa de Dios.
El Espíritu Santo descendió en el seno de la Virgen en la Encarnación, y desciende también en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, en el momento de la consagración, para convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, convirtiendo al altar en algo más grande que los cielos, porque en el altar, en la Eucaristía, está contenido Aquel a quien los cielos no pueden contener.
El Espíritu Santo, soplado por el Hijo y por el Padre, desciende sobre la Iglesia en Pentecostés, abrasándola en el Fuego del Amor divino; el Espíritu Santo, soplado por el Padre en la eternidad, y soplado por el Hijo en la Eucaristía, desciende sobre el alma en gracia, por la comunión, para abrasarla con el Fuego del Amor divino.

sábado, 13 de marzo de 2010

Llora la Virgen de los Dolores


Llora la Virgen de los Dolores
Llora un suave llanto
De limpias lágrimas
Y triste llanto.

Llora la Virgen
Al pie de la cruz.
Llora en silencio
Y sólo el frío viento
Del Monte Calvario
Con delicado y suave movimiento
Osa secar sus lágrimas
Sus lágrimas de Madre Dolorosa.

Llora María
Con tenues lágrimas
Llora y no quiere consuelo
Porque el Hijo de su amor
Muerto en la cruz está.

Llora María
Y tantas son sus lágrimas
Que bañan y lavan
El rostro lívido y polvoriento
De su Hijo
Que ya no descansa en los brazos de la cruz:
Descansa en los brazos de la Madre de la Luz.

lunes, 8 de marzo de 2010

María memoria viva de la Pasión


La Pasión de Jesús es la causa de nuestra salvación y por lo tanto es la causa de nuestra felicidad, tanto en esta tierra, como en el cielo. ¿De qué manera podemos tener siempre presente la Pasión de Jesús –que fue sufrida por mí de modo personal-, sin que se convierta nada más que en una devoción piadosa? ¿De qué manera lograr que la Pasión de Jesús sea parte de mi vida? ¿Cómo hacer para tener siempre presente a la Pasión del Redentor?
Recurriendo a María. Según la beata Sor María Agreda, María, luego de la Pasión y resurrección de su Hijo, tenía “siempre presente en su memoria toda la vida, obras y misterios de su Hijo santísimo”, porque, además de la visión continua de la divinidad en donde María conocía todas las cosas, Dios le había concedido el don de que no olvidase lo que conocía y aprendía una vez[1].
María había acompañado a su Hijo durante toda su vida, y lo acompañó, en el silencio y ocultamente, de manera especial en la Pasión, por todos estos motivos, María recordaba con fervor y amor su Pasión. Pero no recordaba la Pasión de su Hijo solo por haberlo visto en la Flagelación, en la coronación de espinas, en la crucifixión. María no solo lo acompañó, sino que, también por un don especialísimo, sufrió con Él todos los dolores que padeció Jesús, sin que quedase ninguno de esos tormentos sin que María los sufriese personalmente[2].
Todo esto constituía un motivo suficiente para que María recordase y tuviese siempre presente a la Pasión de su Hijo. Pero dice la beata Ágreda que era otro motivo, mucho más fuerte, lo que hacía que María tuviera siempre delante suyo la Pasión de Jesús: María recibía la Eucaristía con profunda devoción, y en la Eucaristía se unía espiritualmente, mientras vivía en la tierra, con su Hijo, que había resucitado, pero que en el misterio eucarístico y en el misterio de la iglesia y de su liturgia, continuaba –y continuará hasta el fin de los tiempos- su Pasión redentora[3].
Es María quien nos puede conceder el don de no solo recordar piadosamente la Pasión de su Hijo, sino de participar de esa Pasión.
[1] Cfr. Sor María de Jesús Agreda, Mística Ciudad de Dios. Vida de María, Concepcionistas de Agreda, Madrid 1992, capítulo 10, 1390.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.